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Lo primero que nos venga a la cabeza al escuchar “realismo mágico” seguramente sea Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes, autores del género literario homónimo que protagonizó el boom de la literatura hispanoamericana en la década de 1960. Y no andaremos errados. Sin embargo, nos encontramos ante un caso curioso porque, en contra de lo que pueda creer la mayoría, el realismo mágico nació como tal durante el primer cuarto del siglo xx, de la mano del historiador de arte alemán Franz Roh, expresión con la que bautizó un estilo pictórico que rompió los esquemas del expresionismo y el abstraccionismo.

En la primera entrega de esta serie de corrientes artísticas hablamos del fauvismo; en esta segunda quiero hacer un homenaje a uno de los estilos que más han impregnado mi obra: el realismo mágico. La principal razón por la que conecto con esta corriente es que el espectador puede viajar con la obra donde el artista quiere que vaya. Además, me fascina el lenguaje que se emplea para lograr este fin: la fusión entre los mundos de la realidad y la fantasía. Sin duda, el pintor de este estilo que más me ha influido es Chagall.
Características del realismo mágico
En su libro Realismo mágico, postexpresionismo, Roh desgranó las veintidós características de este estilo. Sin embargo, poco tiempo después esta denominación pasó al olvido, al sustituirse por la de nueva objetividad (Neue Sachlichkeit). Y la causa la encontramos, como muchas veces pasa en la historia del arte, en una exposición así nombrada en la que expusieron obras aquellos artistas en los que Roh había basado su estudio.
Este estilo pictórico se caracteriza por introducir en un contexto aparentemente real, además de sencillo y preciso, un elemento discordante, imprevisto, que trastoque la realidad y provoque en el público desconcierto, aturdimiento o maravilla. A pesar de esta definición tan precisa —y de los numerosos estudios realizados sobre el tema—, no resulta fácil insertar dentro de esta corriente obras o artistas. Y la razón es que la cantidad de estos que podrían encajar es enorme, pues son muchos los que responden a estas características. Además, no existe una época en la que se pueda delimitar el estilo, sino que podemos encontrar obras o artistas de períodos históricos muy diversos que cumplen con las premisas del realismo mágico. Puede que esto responda a las ansias de muchos críticos de arte de diferenciar estilos y épocas y más si nos referimos a las vanguardias.
¿Y qué relación se establece entre el realismo mágico pictórico y el literario? Pues que las dos expresiones artísticas se rigen por el mismo principio: el de distorsionar la realidad pero sin llegar a la abstracción. Es decir, introducir elementos de corte mágico (por ejemplo, algunos sucesos meteorológicos de gran extrañeza en Cien años de soledad, de Márquez, o los elementos conceptuales del dolor que introduce Frida Khalo en su obra) en un contexto realista. Y no solo la literatura y la pintura han sucumbido a este estilo, sino otras muchas artes, como el cine. Y para esto tenemos un gran maestro entre nosotros: Pedro Almodóvar.