Tal como reza el Diccionario de la Real Academia, arte es la “manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”. Sin duda se trata de una definición estudiada, consensuada y válida, aunque quizá demasiado general, hecho obvio por otro lado pues un diccionario debe atender a un espectro de personas lo más amplio posible, esa es su misión. Pero nosotros, que somos curiosos e inconformistas por naturaleza, nos cuestionamos, entre otras muchas cosas, si a la pregunta de “¿Qué es el arte?” un niño contestaría de similar forma a como lo haría un adulto.
Evidentemente, la respuesta es “no”, principalmente por una cuestión: el cerebro de una persona adulta ha sido moldeado hábilmente por la sociedad en la que ha vivido durante toda su existencia para contestar a esa cuestión de una forma concreta; probablemente muy parecida a como lo define el Diccionario de la Real Academia. Sin embargo, el niño, que todavía no ha sentido el peso ―al menos no en la medida en la que lo han hecho sus iguales adultos― de lo correcto, tiene una visión mucho más personal, libre y profunda.
Partiendo de este principio, es fácil entender que los primeros años de vida de una persona están dedicados a embeber como si de esponjas se tratase todo aquello que les muestra el mundo. Y una de las principales actividades que se llevan a cabo es precisamente todo aquello relacionado con el arte. El niño dibuja, moldea, usa sus manos, lápices de colores, pintura y pinceles, toda suerte de materiales con los que poder plasmar aquello que desea. Todos estos quehaceres no hacen sino desarrollar a una velocidad de vértigo los sistemas motor, sensorial y emocional, imprescindible para que los pequeños se enfoquen en la herramienta más importante para el resto de su vida: aprender a aprender.
En cualquier currículum académico que se precie debe existir, por lo tanto, un espacio y un tiempo generosos para que los niños puedan desarrollar las habilidades artísticas, lo que sin duda redundará en su enriquecimiento y aporte cognitivo, con el fin de que sus destrezas y habilidades alcancen el punto óptimo de maduración para cada edad. Muchos son los beneficios a corto, medio y largo plazo: los niños que hayan cultivado el arte serán adultos más emprendedores, más sensibles a las manifestaciones culturales, más creativos y más curiosos que aquellos a los que no se ha puesto a su alcance las herramientas necesarias para expresarse artísticamente.