El despegue (o no) del mercado del arte en España es debido a que en las últimas décadas el mercado del arte español ha protagonizado un despegue tanto en cuanto a la calidad como en cuanto a la cantidad, sigue siendo, si lo comparamos con el de Europa, insuficiente, quedando muy por debajo de los estándares europeos e incluso mundiales. Veamos en este artículo las causas de la pobre situación que vive nuestro país en este sentido.
Y es que, como cualquier sector económico, el mercado del arte en España se vio fuertemente sacudido por la crisis que vivió el mundo entero en 2008. A pesar de haber ido superando etapas en este duro camino de la recuperación económica, con los recortes de la hacienda pública en casi todos los sectores, el del arte apenas ha recuperado el aliento desde entonces. Sin embargo, teniendo muy en cuenta estos aspectos puramente prosaicos, son muchos los especialistas que señalan a otras causas para que el arte en España no se tome en serio.
Una de las primeras bases que saltan al terreno de juego cuando de mercado del arte hablamos es la falta de una rica cultura artística en nuestro país. Y es que, en comparación con el resto de los estados europeos, nuestra democracia se encuentra todavía en la “adolescencia” y, por ende, la cultura también sufre de ello. No fue hasta la década de 1980 que recién comenzó a despertar y eso nos pone a la cola de Europa, en este y en muchos otros sentidos.
Por otro lado, el mercado del arte español es de reducidas dimensiones y además muy fragmentado. Y por si esto fuera poco, depende en muy gran medida del exterior. Si a este cóctel le añadimos el hecho de que contamos con una legislación poco favorecedora con los artistas, que apenas pueden sobrevivir de su quehacer, las cifras están servidas: según los datos más recientes disponibles, el mercado del arte en España creció entre los años 2009 y 2016 un 42 por ciento, muy lejos de las cifras de otros países europeos.
Por último, hay que hacer una mención especial al papel desempeñado en la educación: a diferencia de otros países europeos, donde la educación en el arte es un área igual de importante que el resto de las asignaturas en los currículos educativos, en España, lamentablemente, se tiene por una cuestión menor. Hace falta que demos al arte en la educación el rol que se merece, impulsando planes estructurados que siembren una sólida semilla en nuestros niños y jóvenes.
Sin embargo, no todo son malas noticias: ser un mercado emergente, como el nuestro, augura muy probablemente crecimientos a medio y largo plazo. Pero para ello las administraciones deben poner de su parte. En primer lugar, habría que legislar leyes de mecenazgo, que faciliten las inversiones. En segundo, se debería explotar el nicho de mercado que se encuentra entre las grandes instituciones artísticas de nuestro país, como el Reina Sofía o el Guggenheim, y los pequeños productores; en otras palabras, hacen falta actores medianos que pongan en marcha nuevas vías de desarrollo. Y, por último (y quizá lo más importante), precisamos una verdadera transformación en nuestra cultura artística, una cuestión que, sin duda, no se consigue de la noche a la mañana. La buena noticia es que contamos con un ingente colectivo de artistas —en la mayoría de los casos anónimos— que cada día trabajan denodadamente en ello.